por edgari | Abr 17, 2025 | Uncategorized
Cuando era niña, tenía dificultades en la escuela. Mis dos hermanos mayores obtenían calificaciones de excelencia y les iba muy bien académicamente, pero a mí se me hacía difícil. Me costaba leer y comprender el material. No fue hasta mi segundo año de secundaria que me diagnosticaron dislexia. Para entonces ya había ideado formas de salir adelante y, gracias a la gracia de Dios, logré graduarme.
Como lo académico no se me daba con facilidad, me enfoqué en desarrollar mis habilidades sociales. Recuerdo vívidamente una experiencia en el seminario bíblico: mi hermano Tom, su entonces novia (ahora esposa) Jane, y yo estudiamos intensamente para un examen próximo. Los tres dominábamos el material. Cuando regresaron las calificaciones, ellos obtuvieron A y yo saqué una D. Me devastó. Lloré. Sabía las respuestas, pero no podía procesar el examen escrito como los demás. Hasta hoy, aún tengo miedo de leer la Escritura en voz alta durante un sermón; ese temor me ha frenado en ocasiones.
Pero encuentro consuelo en la historia de Moisés. Cuando Dios lo llamó, Moisés respondió: “No soy elocuente… soy lento para hablar y torpe de lengua” (Éxodo 4:10). Dios no lo rechazó —al contrario, lo tranquilizó. Si Dios pudo usar a Moisés con sus limitaciones, también puede usarnos a nosotras.
Con los años descubrí que me siento más cómoda escribiendo que hablando. Incluso escribí un libro, Stewarding Your Best Life, y ahora redacto artículos para alentar a otras personas en su fe. Dios abre camino, incluso cuando nos sentimos limitadas. Su fuerza se perfecciona en nuestra debilidad (2 Corintios 12:9).
Todos crecemos a ritmos diferentes
Todos crecemos y maduramos de manera distinta. A algunos les resultan más fáciles unas cosas que a otras. Por eso la Escritura nos anima a no juzgar, sino a edificarnos mutuamente:
“Por tanto, anímense unos a otros y edifíquense unos a otros, como en realidad lo hacen.”
—1 Tesalonicenses 5:11
“No juzguen, para que no sean juzgados.”
—Mateo 7:1
A veces no se trata de tener razón o estar equivocadas, sino de ser diferentes. Uno no sabe por lo que ha pasado otra persona. Por ejemplo, las personas con dislexia procesan la información de manera distinta. Esa diferencia puede ser una fortaleza: es lo que las hace únicas. No todos lo entienden. A mí no se me dan bien las indirectas. Necesitas decir lo que piensas y pensar lo que dices. No andes con rodeos. Me ha pasado que alguien me dice “Sabías lo que quise decir” y yo no lo sabía. Solo entendía lo que dijo —y esa persona creía que yo era grosera o insensible. Pero Dios sabe cómo nos formó a cada una y nos equipa para toda buena obra (Hebreos 13:21).
Las etapas del crecimiento espiritual
Mi madre escribió un libro, God’s Tests are Positive, donde describe las distintas etapas de la vida. Ofrece un paralelo poderoso con nuestro camino espiritual:
- Etapa de bebé – De bebés lloramos y otras personas responden. Nos nutren y ayudan sin cuestionar. No se espera madurez en esta etapa.
- Etapa de niña pequeña – Llega el momento en que se espera que maduremos. Hacer berrinches o ensuciar el pañal se vuelve inaceptable. No es rechazo, es preparación. Nos guían para crecer.
- Kindergarten – Ahora se espera que nos quedemos quietas, escuchemos y empecemos a aprender.
- Primaria – Enfrentamos exámenes para avanzar. Esto refleja lo que Pablo le dijo a Timoteo: “Esfuérzate por presentarte ante Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que interpreta correctamente la palabra de verdad.” —2 Timoteo 2:15
- Quinto grado – Has llegado al nivel más alto de la primaria. Has pasado pruebas y adquirido confianza.
- Secundaria – De pronto, empiezas de nuevo. Estás al nivel más bajo de un nuevo sistema. Pero perseveras, creces y alcanzas la cima otra vez.
- Preparatoria – El patrón continúa. Comienzas como estudiante de primer año en la base de la escuela. Cada nuevo nivel trae desafíos, pero también nuevas victorias.
- Universidad o carrera – Ya sea que entres a la universidad o al mundo laboral, empiezas de nuevo desde abajo. Pero esto no es fracaso; es crecimiento. Es el ciclo natural de subir de nivel.
“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.”
—1 Corintios 13:11
Sé animado: aún estás creciendo
No importa tu edad o estación, aún estás creciendo en Cristo. Algunos pueden estar en las primeras etapas de su caminar con el Señor; otras pueden ser maduros en la fe. Pero dondequiera que estés, te estás madurando y adaptando a la imagen de Cristo (Romanos 8:29).
Y si luchas en alguna área, Dios es fiel. Envía personas para ayudar y provee herramientas a lo largo del camino:
“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.”
—Salmo 46:1
Cuando escribo estos artículos, dependo de los dones y el apoyo de otras personas —mi equipo de medios y herramientas que me ayudan a redactar. No hay nada de malo en pedir ayuda o usar lo que necesites para crecer y aprobar la prueba a la que Dios te ha llamado. Hierro con hierro se afila, y Dios pone a las personas adecuadas junto a nosotras para nuestro viaje (Proverbios 27:17).
No permitas que el miedo, la vergüenza o la sensación de insuficiencia te impidan hacer lo que Dios te ha encomendado. Puede que sientas que empiezas desde abajo, pero en realidad estás subiendo de nivel otra vez.
“…y nosotros todos, con rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”
—2 Corintios 3:18
por edgari | Mar 26, 2025 | Uncategorized
En el mundo actual, la identidad es un tema central en nuestras conversaciones cotidianas. Las personas a menudo se preguntan: «¿Con qué te identificas?» o «¿Dónde encuentras tu identidad?» Este concepto influye profundamente en cómo nos percibimos y cómo interactuamos con nuestro entorno.
¿Qué es la Identidad?
El diccionario define la identidad como «el carácter distintivo o la personalidad de un individuo». No obstante, para los cristianos, nuestra identidad no depende de definiciones terrenales, sino que está firmemente arraigada en Cristo. Constantemente somos transformados para reflejar Su imagen y semejanza (2 Corintios 3:18).
¿Dónde Encontramos Nuestro Valor?
Es natural buscar comodidad y seguridad en los roles que desempeñamos. Personalmente, he encontrado gran alegría y propósito siendo madre y abuela. Mi familia—mis padres, hermanos, hijos y nietos—ha sido una fuente importante de estabilidad y fortaleza en mi vida.
Sin embargo, Jesús nos da una advertencia clara en Mateo 10:37:
«El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí.»
Esto no significa que debamos amar menos a nuestras familias, sino que nuestro valor, seguridad y confianza definitivos deben provenir únicamente de Cristo.
Identidad Basada en el Fruto del Espíritu
Nuestro carácter e identidad como creyentes deben reflejar el fruto del Espíritu:
«Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley.» (Gálatas 5:22-23)
Muchas personas buscan su identidad en la riqueza, el éxito o el reconocimiento. Otros basan su valor en títulos y posiciones—ya sea en el ministerio o en el ámbito corporativo. Pero ser pastor, evangelista, maestro, profeta o apóstol no constituye nuestra identidad; es un llamado. Estas son responsabilidades otorgadas por Dios para perfeccionar y equipar a los creyentes para la obra del ministerio (Efesios 4:11-12).
De la misma manera, cargos como director ejecutivo, gerente, supervisor o líder pueden ser bendiciones. No obstante, si colocamos nuestra seguridad en ascensos, éxito financiero o reconocimiento público, siempre estaremos insatisfechos. En cambio, somos llamados a realizar cada tarea con dedicación al Señor:
«Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.» (Colosenses 3:23)
Un Testimonio de Identidad Verdadera
Mi padre, el Obispo Bill Hamon, entregó su vida a Jesús en una humilde reunión bajo una enramada, junto a unos pocos adolescentes, en un campo abierto en Oklahoma. Probablemente, la mujer que ministró aquella noche nunca supo el impacto que tuvo su obediencia. Si su identidad hubiera dependido del tamaño de la audiencia, el apoyo financiero o el reconocimiento público, podría haberse sentido fracasada.
Sin embargo, como su identidad estaba en Cristo, su valor provenía de Su gracia y misericordia. Al final, su recompensa celestial será tan grande como la de mi padre, porque ella fue fiel a su llamado. Esta es la esencia de encontrar nuestra realización en Dios y no en los logros terrenales.
Nunca sabes si esa única persona a la que hablas y ayudas cambiará miles de vidas. Dios nos llama a la obediencia tanto en lo pequeño como en lo grande. Esa obediencia moldea nuestro carácter e identidad.
El Peligro de una Identidad Equivocada
Cuando colocamos nuestra identidad en personas, fama, fortuna o posesiones materiales—incluso en nuestra familia o mentores—inevitablemente enfrentaremos decepciones. Estas cosas son temporales, pero nuestra identidad en Cristo es eterna.
Mi Verdadera Identidad
Al final del día, me identifico como cristiana: una persona en proceso de transformación a la imagen y semejanza de Cristo. De gloria en gloria, deseo reflejar Su carácter mediante el fruto del Espíritu en mi vida.
Que todos encontremos nuestra verdadera identidad, valor, seguridad y propósito únicamente en Él.
por edgari | Ene 7, 2025 | Uncategorized
En cada etapa de la vida, Dios ha puesto un llamado único en cada uno de nosotros. Para cumplirlo, debemos mantenernos enfocados y obedientes, negándonos a distraernos con comparaciones o desanimarnos por las opiniones ajenas. Permanece en la tarea. Haz lo que Dios te ha llamado a hacer, confiando en que Su plan tiene un propósito, incluso cuando no tenga sentido o parezca insignificante.
La soledad de la obediencia
Hay momentos en que obedecer a Dios puede sentirse aislante. Como Adán en el jardín, caminando y hablando con Dios diariamente, aún puedes sentirte solo en tu asignación. La tarea de Adán de nombrar a los animales y cuidar el jardín podría haber parecido mundana, pero era parte del plan divino de Dios.
La Escritura nos recuerda la preocupación de Dios por nuestra necesidad de compañía:
La Escritura nos recuerda la preocupación de Dios por nuestra necesidad de compañía:
“Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.” (Génesis 2:18)
Fuimos creados para necesitarnos unos a otros. Las relaciones piadosas proveen rendición de cuentas, aliento y corrección, ayudándonos a ver puntos ciegos que no podemos reconocer por nosotros mismos. Esto refleja cómo el espejo lateral de un automóvil revela lo que está oculto, evitando colisiones y accidentes en la vida. De manera similar, Dios usa a otros para mantenernos alineados con Su voluntad
Preparación en la oscuridad
A lo largo de la Biblia, Dios usó temporadas de oscuridad y soledad para preparar a Su pueblo para asignaciones mayores:
• Noé: Fiel en la obediencia
La historia de Noé es un poderoso ejemplo de permanecer en la tarea, incluso cuando el mundo no comprende. Dios llamó a Noé a hacer algo extraordinario: construir un arca para salvar a la humanidad y al reino animal de un diluvio, aunque nunca antes había llovido. Imagina la soledad que Noé debió haber sentido al seguir las instrucciones de Dios.
Su obediencia fue recibida con burlas. La gente se mofaba de él mientras construía la enorme arca. Imagina cómo debió sentirse al ver que su esposa e hijos eran objeto de burlas y maltratos por su obediencia. Sin embargo, Noé permaneció fiel. Día tras día, siguió el plan de Dios, confiando en Su propósito. Su fe y perseverancia condujeron a la preservación de la raza humana y a un nuevo pacto con Dios.
“Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase.”(Hebreos 11:7)
• Daniel y el foso de los leones; Sadrac, Mesac y Abed-nego y el horno de fuego: Valentía en la fe
La obediencia inquebrantable de Daniel lo llevó a un foso de leones, donde su vida estuvo en peligro. Asimismo, Sadrac, Mesac y Abed-nego enfrentaron el horno ardiente por negarse a inclinarse ante un ídolo. Solos y rodeados de amenazas, confiaron plenamente en Dios. Lo que parecía su destrucción se convirtió en un testimonio divino del poder de Dios. Su fe no solo los salvó, sino que también volvió los corazones de reyes y naciones hacia el único Dios verdadero.
• Pablo: Perseverancia en el sufrimiento
Pablo soportó prisión, golpes y traiciones mientras cumplía la misión de Dios. A pesar del aislamiento en una celda, Pablo adoró a Dios, permaneció en la tarea y compartió el evangelio. Su fidelidad plantó semillas para la iglesia que continúan creciendo hoy.
• María, madre de Jesús: Obediencia en medio de la duda
María llevó en su vientre al Hijo de Dios, pero probablemente enfrentó juicio y dudas de quienes la rodeaban. Incluso José, su prometido, al principio luchó por creer en la historia milagrosa. Imagina cómo debió haberse sentido al escuchar que su prometida estaba embarazada. Sin embargo, María y José confiaron en el llamado de Dios, sabiendo que su obediencia formaba parte del plan eterno del Señor.
• Jesús: El ejemplo supremo de fidelidad
El mismo Jesús ejemplificó la perseverancia en la tarea, incluso frente a la traición, el rechazo y un sufrimiento inimaginable. Aunque fue abandonado por Sus discípulos y burlado por Su propio pueblo, llevó a cabo la voluntad del Padre. A través de la cruz, trajo salvación a toda la humanidad. Su ejemplo nos recuerda mantenernos fieles, sin importar el costo.
Evita la comparación y permanece fiel
Es fácil mirar a otros y sentirse inadecuado o insignificante, especialmente en una cultura obsesionada con seguidores, “likes”, suscriptores y reconocimientos. Pero como seguidores de Cristo, nuestro objetivo no es la fama o el reconocimiento. No se trata de tener la iglesia más grande, el podcast más escuchado o un ministerio mundial. Se trata de servir fielmente y ser conformados a la imagen de Cristo.
“Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.” (Mateo 25:23)
Dios no mide el éxito como lo hace el mundo. Él valora la fidelidad en las cosas pequeñas. Ya sea que tu llamado esté bajo los reflectores o en la obediencia silenciosa, confía en que es significativo en Su Reino.
Ánimo para el camino
Cuando te sientas solo o insignificante, recuerda:
• Dios está contigo. Él ha prometido: “Nunca te dejaré ni te desampararé.” (Hebreos 13:5)
• Tu obediencia importa. Dios ve tu fidelidad y la recompensará en Su tiempo.
• Necesitas a otros. Permite que las relaciones piadosas te alienten y corrijan.
• Confía en el plan de Dios. Él te está preparando para algo mayor, incluso en temporadas de anonimato.
Para concluir, no permitas que el desánimo o la comparación te desvíen de cumplir tu llamado divino. Permanece en la tarea. Mantén tus motivos puros. Sirve con humildad, sabiendo que la aprobación de Dios es mucho más valiosa que los aplausos de los hombres. Cuando caminamos fielmente en nuestro llamado, glorificamos a Dios y cumplimos Su propósito para nuestras vidas.
Un día, nos presentaremos ante Él y escucharemos las palabras que todos anhelamos oír:
“Bien, buen siervo y fiel.”
por edgari | Nov 14, 2024 | Uncategorized
Recientemente asistí a una celebración en honor a mi papá, el Obispo Hamon, por sus 70 años de ministerio y 90 años de vida. Durante ese tiempo, tuve un raro momento a solas con Gordon Robertson, algo inusual ya que normalmente no soy quien recibe a los oradores invitados. Mientras hablábamos, Gordon comentó: “Oh, tú eres el hijo perdido.” Esta afirmación se quedó conmigo y, al orar por su significado, sentí que Dios me daba una comprensión más profunda.
A lo largo de la Biblia, hay numerosos relatos de hijos que parecían ser olvidados o pasados por alto, pero que más tarde emergieron como figuras centrales en el plan de Dios. Estas historias revelan que, incluso cuando alguien es excluido, rechazado o subestimado, su destino a menudo es mucho mayor de lo que otros pueden percibir. Dos de los ejemplos más notables son David, el pastor que se convertiría en rey, y José, vendido como esclavo por sus hermanos, pero destinado a salvarlos. Estas narrativas siguen un patrón divino donde Dios hace surgir grandeza desde la oscuridad. Exploremos estas y otras historias bíblicas de “hijos perdidos” que luego cumplieron sus destinos dados por Dios.
David: El Pastor Ignorado Que Se Convertiría en Rey
La historia de David es un ejemplo clásico de alguien inicialmente desechado. Cuando el profeta Samuel llegó para ungir a uno de los hijos de Isaí como el próximo rey de Israel, ni siquiera invitaron a David a la reunión. Su padre presentó a sus siete hijos mayores ante Samuel, asumiendo que uno de ellos sería elegido. Pero ninguno era la elección de Dios.
Samuel entonces preguntó: “¿Están aquí todos tus hijos?” Solo entonces Isaí mencionó a David, el menor, que estaba cuidando ovejas (1 Samuel 16:11). Traído del campo, David fue inesperadamente ungido como el futuro rey de Israel. Aunque su familia lo pasó por alto, Dios no lo olvidó.
La unción de David nos habla de una verdad profunda: Dios ve potencial donde otros no lo ven. Aunque era el menor y el candidato menos probable, David llegó a derrotar a Goliat, unificar a Israel y establecer una línea real que llevaría hasta Jesús. Su historia es un poderoso recordatorio de que los planes de Dios a menudo desafían las expectativas humanas.
José: El Hermano Olvidado Que Se Convertiría en Salvador
Otro ejemplo poderoso es José, el hijo preferido de Jacob. Sus hermanos, celosos del amor de su padre hacia él, vendieron a José como esclavo y llevaron a Jacob a creer que estaba muerto. Durante años, José estuvo “ausente” en la vida de su familia, soportando penurias como esclavo y luego como prisionero en Egipto.
Sin embargo, como José le dijo más tarde a sus hermanos: “Lo que ustedes intentaron para mal, Dios lo transformó en bien” (Génesis 50:20). Con el tiempo, José ascendió a ser el segundo al mando en Egipto, supervisando los recursos de la nación durante una gran hambruna. Cuando sus hermanos llegaron a Egipto en busca de alimentos, no reconocieron al hermano al que una vez traicionaron. Pero José, lleno de misericordia, eligió el perdón en lugar de la venganza, salvando finalmente a su familia y siendo restaurado a ellos.
La historia de José es un testimonio de la providencia divina. Aunque fue abandonado por su familia, Dios tenía un propósito mayor para él. Su camino nos muestra que, incluso en los momentos más oscuros, el plan de Dios sigue desarrollándose, a menudo oculto hasta el tiempo designado.
Moisés: El Niño Oculto Que Se Convertiría en Libertador
Moisés también fue un niño “perdido,” aunque de una manera diferente. Nacido en tiempos de la orden de Faraón de matar a todos los bebés hebreos varones, la madre de Moisés lo ocultó todo lo que pudo. Eventualmente, lo puso en una cesta y lo dejó a la deriva en el Nilo, donde fue encontrado y criado por la hija de Faraón.
Aunque Moisés creció lejos de su pueblo, Dios más tarde lo llamaría de regreso para liberar a los israelitas de la esclavitud en Egipto. Desde la zarza ardiente, Dios comisionó a Moisés para enfrentar al Faraón y guiar a Su pueblo hacia la libertad. Al igual que David y José, el alejamiento temprano de Moisés de su familia no impidió que jugara un papel crucial en el plan redentor de Dios.
Jefté: El Hijo Rechazado Que Se Convertiría en Líder
La historia de Jefté, encontrada en Jueces 11, es otro ejemplo de un hijo rechazado por su familia, solo para ser llamado de regreso para un propósito mayor. Nacido de una prostituta, Jefté fue expulsado por sus medios hermanos, quienes se negaron a compartir su herencia con él. En el exilio, Jefté se convirtió en líder de una banda de proscritos.
Cuando Israel enfrentó opresión por parte de los amonitas, los ancianos buscaron la ayuda de Jefté. A pesar de su rechazo inicial, Jefté regresó y guió a Israel a la victoria, convirtiéndose en uno de los jueces que gobernó la nación en aquel tiempo.
Samuel: El Niño Dedicado y Llamado por Dios
La historia de Samuel es única en el sentido de que él no estaba físicamente “ausente,” pero su destino fue pasado por alto por otros. Dedicado al Señor por su madre, Ana, Samuel creció bajo el cuidado del sacerdote Elí. Aunque vivía en el templo, el llamado profético de Samuel no fue reconocido de inmediato.
Una noche, Dios llamó a Samuel mientras dormía. Después de varios intentos fallidos de entender la fuente de la voz, Elí se dio cuenta de que era el Señor. Desde ese momento, Samuel se convirtió en un profeta clave, ungiendo a Saúl y luego a David como reyes. La vida de Samuel ilustra que, incluso cuando otros no ven nuestro potencial, el llamado de Dios sigue siendo verdadero.
Conclusión: El Patrón Divino de la Restauración
Estas historias bíblicas revelan un tema recurrente de hijos que fueron pasados por alto, rechazados o olvidados, solo para ser restaurados y llamados a un propósito superior. David fue dejado en el campo, José fue vendido como esclavo, Moisés fue oculto, Jefté fue expulsado y Samuel fue inicialmente ignorado. Sin embargo, en cada caso, Dios orquestó su regreso al frente para cumplir sus destinos.
Estas historias nos recuerdan que el tiempo y los planes de Dios a menudo trascienden nuestra comprensión. Incluso cuando nos sentimos pasados por alto o insignificantes, podemos confiar en que Dios nos ve y tiene un propósito para nuestras vidas. El “hijo perdido” puede estar fuera de la vista por un tiempo, pero a los ojos de Dios, nunca es verdaderamente olvidado. Cuando llegue el momento, serán llamados para cumplir su destino.