Recientemente asistí a una celebración en honor a mi papá, el Obispo Hamon, por sus 70 años de ministerio y 90 años de vida. Durante ese tiempo, tuve un raro momento a solas con Gordon Robertson, algo inusual ya que normalmente no soy quien recibe a los oradores invitados. Mientras hablábamos, Gordon comentó: “Oh, tú eres el hijo perdido.” Esta afirmación se quedó conmigo y, al orar por su significado, sentí que Dios me daba una comprensión más profunda.
A lo largo de la Biblia, hay numerosos relatos de hijos que parecían ser olvidados o pasados por alto, pero que más tarde emergieron como figuras centrales en el plan de Dios. Estas historias revelan que, incluso cuando alguien es excluido, rechazado o subestimado, su destino a menudo es mucho mayor de lo que otros pueden percibir. Dos de los ejemplos más notables son David, el pastor que se convertiría en rey, y José, vendido como esclavo por sus hermanos, pero destinado a salvarlos. Estas narrativas siguen un patrón divino donde Dios hace surgir grandeza desde la oscuridad. Exploremos estas y otras historias bíblicas de “hijos perdidos” que luego cumplieron sus destinos dados por Dios.
David: El Pastor Ignorado Que Se Convertiría en Rey
La historia de David es un ejemplo clásico de alguien inicialmente desechado. Cuando el profeta Samuel llegó para ungir a uno de los hijos de Isaí como el próximo rey de Israel, ni siquiera invitaron a David a la reunión. Su padre presentó a sus siete hijos mayores ante Samuel, asumiendo que uno de ellos sería elegido. Pero ninguno era la elección de Dios.
Samuel entonces preguntó: “¿Están aquí todos tus hijos?” Solo entonces Isaí mencionó a David, el menor, que estaba cuidando ovejas (1 Samuel 16:11). Traído del campo, David fue inesperadamente ungido como el futuro rey de Israel. Aunque su familia lo pasó por alto, Dios no lo olvidó.
La unción de David nos habla de una verdad profunda: Dios ve potencial donde otros no lo ven. Aunque era el menor y el candidato menos probable, David llegó a derrotar a Goliat, unificar a Israel y establecer una línea real que llevaría hasta Jesús. Su historia es un poderoso recordatorio de que los planes de Dios a menudo desafían las expectativas humanas.
José: El Hermano Olvidado Que Se Convertiría en Salvador
Otro ejemplo poderoso es José, el hijo preferido de Jacob. Sus hermanos, celosos del amor de su padre hacia él, vendieron a José como esclavo y llevaron a Jacob a creer que estaba muerto. Durante años, José estuvo “ausente” en la vida de su familia, soportando penurias como esclavo y luego como prisionero en Egipto.
Sin embargo, como José le dijo más tarde a sus hermanos: “Lo que ustedes intentaron para mal, Dios lo transformó en bien” (Génesis 50:20). Con el tiempo, José ascendió a ser el segundo al mando en Egipto, supervisando los recursos de la nación durante una gran hambruna. Cuando sus hermanos llegaron a Egipto en busca de alimentos, no reconocieron al hermano al que una vez traicionaron. Pero José, lleno de misericordia, eligió el perdón en lugar de la venganza, salvando finalmente a su familia y siendo restaurado a ellos.
La historia de José es un testimonio de la providencia divina. Aunque fue abandonado por su familia, Dios tenía un propósito mayor para él. Su camino nos muestra que, incluso en los momentos más oscuros, el plan de Dios sigue desarrollándose, a menudo oculto hasta el tiempo designado.
Moisés: El Niño Oculto Que Se Convertiría en Libertador
Moisés también fue un niño “perdido,” aunque de una manera diferente. Nacido en tiempos de la orden de Faraón de matar a todos los bebés hebreos varones, la madre de Moisés lo ocultó todo lo que pudo. Eventualmente, lo puso en una cesta y lo dejó a la deriva en el Nilo, donde fue encontrado y criado por la hija de Faraón.
Aunque Moisés creció lejos de su pueblo, Dios más tarde lo llamaría de regreso para liberar a los israelitas de la esclavitud en Egipto. Desde la zarza ardiente, Dios comisionó a Moisés para enfrentar al Faraón y guiar a Su pueblo hacia la libertad. Al igual que David y José, el alejamiento temprano de Moisés de su familia no impidió que jugara un papel crucial en el plan redentor de Dios.
Jefté: El Hijo Rechazado Que Se Convertiría en Líder
La historia de Jefté, encontrada en Jueces 11, es otro ejemplo de un hijo rechazado por su familia, solo para ser llamado de regreso para un propósito mayor. Nacido de una prostituta, Jefté fue expulsado por sus medios hermanos, quienes se negaron a compartir su herencia con él. En el exilio, Jefté se convirtió en líder de una banda de proscritos.
Cuando Israel enfrentó opresión por parte de los amonitas, los ancianos buscaron la ayuda de Jefté. A pesar de su rechazo inicial, Jefté regresó y guió a Israel a la victoria, convirtiéndose en uno de los jueces que gobernó la nación en aquel tiempo.
Samuel: El Niño Dedicado y Llamado por Dios
La historia de Samuel es única en el sentido de que él no estaba físicamente “ausente,” pero su destino fue pasado por alto por otros. Dedicado al Señor por su madre, Ana, Samuel creció bajo el cuidado del sacerdote Elí. Aunque vivía en el templo, el llamado profético de Samuel no fue reconocido de inmediato.
Una noche, Dios llamó a Samuel mientras dormía. Después de varios intentos fallidos de entender la fuente de la voz, Elí se dio cuenta de que era el Señor. Desde ese momento, Samuel se convirtió en un profeta clave, ungiendo a Saúl y luego a David como reyes. La vida de Samuel ilustra que, incluso cuando otros no ven nuestro potencial, el llamado de Dios sigue siendo verdadero.
Conclusión: El Patrón Divino de la Restauración
Estas historias bíblicas revelan un tema recurrente de hijos que fueron pasados por alto, rechazados o olvidados, solo para ser restaurados y llamados a un propósito superior. David fue dejado en el campo, José fue vendido como esclavo, Moisés fue oculto, Jefté fue expulsado y Samuel fue inicialmente ignorado. Sin embargo, en cada caso, Dios orquestó su regreso al frente para cumplir sus destinos.
Estas historias nos recuerdan que el tiempo y los planes de Dios a menudo trascienden nuestra comprensión. Incluso cuando nos sentimos pasados por alto o insignificantes, podemos confiar en que Dios nos ve y tiene un propósito para nuestras vidas. El “hijo perdido” puede estar fuera de la vista por un tiempo, pero a los ojos de Dios, nunca es verdaderamente olvidado. Cuando llegue el momento, serán llamados para cumplir su destino.